Bouillons O Los Restaurantes Populares Centenarios En París

El nombre de estos establecimientos deriva de la palabra francesa Bouillon que significa "caldo" y los bouillons, restaurantes de comida popular y económica que abrieron en el siglo XIX, aparte de caldo sirven platos típicos del país vecino.

En una ciudad como París, encontrar un lugar BBB, es decir, bueno, bonito y barato donde comer es una misión casi imposible. Si le añadimos un aire retro de bistró francés de toda la vida, el encanto está garantizado.

En 1896 los hermanos Chartier abrieron un local en el número 7 de la Rue Faubourg Montmartre, todo de madera, con mesas juntas y manteles de papel, casilleros numerados donde los clientes populares que venían a diario a almorzar guardaban sus servilletas y ruido de cubiertos, risas y platos.

Realmente su origen se remonta a mediados del siglo XIX cuando Baptiste-Adolphe Duval abrió el primer establecimiento en la Rue Montesquieu. 

Fue tal el éxito del restaurante que montó una cadena y otros emprendedores le imitaron abriendo locales con un sistema semejante. A finales del siglo XIX llegó a haber unos 200 por todo París.

Sólo Chartier sobrevivirá: dos guerras Mundiales, crisis, hambrunas, posguerras y demás vicisitudes hicieron que los demás desaparecieran.

Nosotros fuimos al de Pigalle. Está situado en la misma acera del Moulin Rouge, un poco más adelante, en el Boulevard de Clichy, 22, 75018 París.

Había cola enorme para cenar (a veces hay más de cien personas esperando para entrar), pero la fila avanzó rápido y pudimos entrar a una sala enorme con dos pisos y terraza abarrotadas de locales, turistas, grupos de jóvenes, Erasmus y gente curiosa. La rotación es enorme. 

Los camareros, vestidos impecablemente como es habitual en París, a saber: pantalón y chaleco negro con camisa blanca y mandilón también blanco, son ágiles y simpáticos. La carta es extensa y con propuestas de todo tipo: entrantes, verduras, carnes, pescados y muchos postres.

No se va a estos locales a comer delicatessen. La idea es probar de todo con cierta nostalgia de aires burgueses en un entorno decadente pero con una buenísima relación calidad-precio.

Nosotros nos decantamos por los clásicos tradicionales: los huevos con mayonesa,

la sopa de cebolla, los caracoles burguiñones fueron el comienzo de una cena mítica:

Como principales pedimos Ternera a la Bourgogne con fideuá, steak de vaca con patatas fritas:

Y pescados como bacalao de Bretaña frito con salsa tártara y lubina con puerro confitado:

Todo estaba muy rico, correcto para ser un lugar que sirve cerca de 2000 comidas al día.

Los postres tenían un surtido enorme. Pedimos la French Toast con Chantilly y caramelo salado:Pera Bella Helena, 

la Pera Bella Helena y la magnífica e ineludible crème brulée:

Los profiteroles tampoco faltaron:

Vino de frasca a precios muy contenidos y pan a volonté.

Un poco oscuro, un poco de ruido, un poco de follón... pero sólo un poco.

Esencial en tu visita a París. Es como un free-tour gastronómico por los platos tradicionales franceses.


Una experiencia inmersiva parisina.

Después de la cena paseando para 
bajar la comida.

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