Fismuler O La Cocina Insólita Más De Moda En Madrid Y Barcelona


Esta foto del restaurante de Madrid refleja muy claramente la esencia del restaurante Fismuler: sencillez, austeridad y un protagonismo absoluto por el producto.

En Madrid lo encontráis en la C/ Sagasta, 29, 28004.

La única concesión al lujo en el mobiliario o el menaje son las servilletas de hilo blanco, pero no es dejadez ni improvisación. Todo aquí está pensado al milímetro para hacer de la comida un espectáculo y disfrutar de los sabores en estado puro.

Cuesta encontrar mesa y siempre está repleto. Quizás sea la única pega que le pongo al local: el excesivo ruido nada más entrar y que se prolonga en las diferentes salas de mesas grandes comunales para compartir espacio o de mesas normales con el estilo nórdico presente.


En una simple hoja de papel (reciclado, of course!) se presenta su carta diaria, en la que no faltan los clásicos del restaurante.

Como aperitivo un carpaccio de pato muy rico con rabanitos. Como queríamos probar varias cosas, compartimos todos los platos. Comenzamos con los buñuelos de tinta de calamar, rellenos de un guiso de chipirones para chuparse los dedos. el emplatado impactante, como un trampantojo de carbón vegetal en los que se camuflaban los buñuelos:



El vino, también muy original, y servido por copas era un blanco tempranillo: El Cuentista.

También probamos la Burrata de natas caseras, crumble de avellanas y puerro asado. Deliciosa:


Para seguir con el vino blanco pedimos un sublime bacalao al sarmiento con hinojo y vizcaína de caracoles. No miento si os digo que es uno de los mejores platos que he probado nunca!!!


Como era comida de mediodía si que tenían en carta su famoso Escalope San Román con huevo y trufa recién rallada. Sólo la puesta en escena de la preparación del plato merece la visita:


La enorme sábana de carne de cerdo, aplastada y finísima, con el huevo extendido y la trufa está de vicio:


Ahora maridamos la carne con un tinto insólito (de nuevo sorprendiendo) de las Rías Baixas, si, tinto.


No podíamos irnos de allí sin catar su famosa Tarta de queso. Soy una adicta a las tartas de queso y me gustó mucho, poco hecha, con un sabor a queso azul muy sutil. Eso sí, sigo siendo fiel a la tarta de queso de Cañadío...


Todo nos gustó. Tiene platos muy interesantes y habrá que ir en otras ocasiones, aunque el precio va en consonancia con la calidad del producto.

Mis consabidas fotos de los baños. Mirad, en lugar de grifo un tubo metálico por el que sale el agua... una estética un tanto grunge.

Sus frascos de fermentados a la entrada del local y el espartano cartel en la calle.

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