Modestamente, desde mi punto de vista de aficionada al arte y observadora de la belleza, siempre me ha parecido que la escultura es la más difícil de las Bellas Artes, ya que aúna al conocimiento del dibujo y la pintura (sólo dos dimensiones que nos aporta el lienzo o papel) la habilidad de trabajar en tres dimensiones.
Una escultura la puedes rodear para observarla y cada visión es diferente. Transforma literalmente el espacio.
Tenía ganas de ir a ver esta exposición de la Fundación Mapfre que se ha prorrogado hasta el 23 de agosto debido a la pandemia. Fui a verla ayer, así que, os queda muy poco si queréis ir a verla.
Los dos protagonistas de la muestra no coincidieron nunca, de hecho se llevan dos generaciones. Rodin (1840-1927) es el primer gran escultor moderno pues tuvo la osadía y la genialidad de romper con todos los cánones académicos que imperaban en Francia en el siglo XIX.
El suizo Alberto Giacometti (1901-1966) fue el artista que mejor representó la soledad y el aislamiento en el siglo XX. Sus esculturas de figuras estilizadas, casi anoréxicas, son reconocibles al instante.
Esta interesante exposición muestra la conexión entre los dos genios. Son casi doscientas obras que relacionan obras de ambos autores y muestran la influencia de Rodin en Giacometti.
Como no soy ninguna experta en la materia, te aconsejo que vayas a verla, te dejes llevar (con la mascarilla puesta) y te emociones como yo lo hice.
Además, con la reducción de aforo y la separación interpersonal se puede contemplar de forma más tranquila cualquier exposición.
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